Tomado de: El consumo
El orden mundial determina qué países tienen el poder en el
Mundo. Este poder se manifiesta de forma política, militar y económica.
Las decisiones políticas de los países más importantes afectan al resto
del mundo, así como sus ejércitos dominan en todos los conflictos
internacionales. En el ámbito económico, los países que tienen el poder
han conseguido exportar el modelo y ahora es acatado por la mayoría de
países. Siempre hay algunos que se resisten y sobreviven con otros
modelos económicos, pero el que ha triunfado y el que rige el mundo
actualmente es el modelo capitalista.
El modelo capitalista se profundiza en el apartado El sistema capitalista,
y en este momento vamos a ocuparnos de una de las caras más amables de
este sistema. Este modelo no sólo se relaciona con la explotación
incontrolada de los recursos, la esclavización de la mano de obra y la
máxima importancia del beneficio a toda costa, también hay que
relacionarlo con cosas más positivas como la libertad económica
de las personas, la libertad de elección laboral, la posibilidad de
hacerse con cantidad innumerable de bienes, la disposición de servicios
públicos y privados… etc.
Libertad económica
Todas estas cosas son positivas y aceptadas como derechos básicos en
el mundo Occidental. Nadie quiere que le quiten la posibilidad de ir a
un centro comercial y comprar una televisión de una marca u otra. Pero
estas ventajas del modelo capitalista no siempre se pueden hacer
realidad. Existe la libertad económica: cada uno puede hacer lo que
quiera con su dinero. Siempre y cuando cumpla con un requisito
imprescindible para poder disfrutar este modelo capitalista: hay que
tener dinero.
Una persona sin dinero ya no cuenta, no puede considerarse parte del
sistema, ya que no puede participar en él: no puede consumir. El sistema
le permitirá ser un productor, pero si no es un consumidor, no tendrá
valor alguno. Las personas pobres no pueden consumir,
así que lo único que les queda es ocupar el lugar de los productores.
Producir bienes para que otros afortunados puedan consumirlos.
Por lo tanto, en cuanto a que en el sistema capitalista todo el mundo
tiene libertad económica, es un tema que puede dar lugar a mucho
debate. Aquellos que no tengan dinero (y es algo frecuente en este
sistema) no podrán tener libertad económica.
Libertad de elección
Por otro lado, el capitalismo permite a cada individuo, desde el
primer momento que pone un pie en la Tierra, la posibilidad de elegir en
qué quiere trabajar. Tendrá a su disposición la formación necesaria en
la enseñanza pública, y si por alguna razón esta enseñanza no fuera
suficiente siempre se puede recurrir a la privada, y en el caso de no
disponer del dinero suficiente, siempre se podría pedir un préstamo a
cualquiera de todos los bancos que rápidamente se ofrecerían a ayudarle.
Se endeudaría con el banco, pero a cambio podría inscribirse en la
mejor universidad privada. De esta manera cada uno es libre de elegir
qué formación quiere recibir y en qué puesto de trabajo quiere trabajar.
No hay obligaciones ni imposiciones de ningún tipo. Lo que sí que hay
es un pequeño problema, también bastante frecuente en este modelo: la
tendencia del capitalismo a entrar en crisis.
En época de crisis no importa lo que el individuo prefiera o desee, en
este caso se hace un paréntesis y el sistema amablemente te invita a
aceptar las reglas del juego. Trabajarás donde puedas y en las
condiciones que se te ofrezcan. Además, en la frenética carrera por
escapar del drama del paro, el individuo aceptará cualquier tipo de
condiciones con tal de asegurarse un puesto de trabajo. En ese sentido
la sumisión del individuo ante los poderes del sistema es total, y el
poder de decisión mínimo.
Libertad de consumo
Finalmente llegamos al tema que vamos a tratar en profundidad: la
posibilidad de hacerse con cantidad innumerable de bienes. El sistema
capitalista permite a cada individuo, sin distinción, hacerse con los
bienes que prefiera y en la cantidad que quiera. La oferta es ilimitada.
Existe otro pequeño problema: aunque no hay exclusión ni
prohibiciones a la hora de comprar cosas, sí que es necesario disponer
de la materia prima que rige el sistema: dinero. No hay duda que una
persona con dinero podrá comprarse gran variedad de bienes, desde coches
hasta relojes, pasando por casas, sofás, ropa, libros, comida… etc. Las
posibilidades son infinitas cuando se tiene dinero. Está claro que la
gente pobre sin dinero no podrá formar parte del fantástico consumismo.
Dejando a un lado a esos pobres miserables (que si no tienen dinero
es porque algo han hecho mal: no estudiaron lo suficiente o no supieron
encontrar un buen trabajo, cuando el sistema les daba la posibilidad de
hacerse con un trabajo), para estudiar el consumo hay que fijarse en un
escalón superior de la sociedad, la siempre interesante clase media.
Tan pronto como se deja el escalón de la pobreza y de la clase baja,
tan pronto como empieza a llegar cada mes un poco más de dinero al
bolsillo, el individuo parece engullido por un mar de anuncios, ofertas,
objetos de deseo y bienes con los que hay que hacerse cuanto antes. Tan
pronto como se tiene la posibilidad económica, el individuo se hace con
un sinfín de bienes, ya sean necesarios como la ropa o estúpidos como
un reloj sumergible a 100 metros (aunque nunca se vaya a bucear tan
profundo). El sistema tiene un escaparate infinito de bienes que se
pueden obtener a cambio de dinero.
Es sencillo caer en la locura del consumo
El modelo de consumo actual es resultado de la evolución histórica
del sistema de producción capitalista, que cómo decía Marx se basa en la
producción generalizada de mercancías. La sociedad de consumo
contemporánea nace con la llegada de la producción de masas fordista y
con la puesta en práctica de las políticas kenyesianas, tras la II
Guerra Mundial, que permitieron un aumento del nivel de vida de la clase
trabajadora y de los sectores populares, así como su acceso al consumo
de masas.
La propia lógica del sistema capitalista genera la creación
artificial de necesidades de consumo, con el objetivo de mantener un
nivel de producción constante. Se crea la percepción de que necesitamos
más para vivir mejor y aparecen nuevos productos que se convierten en
indispensables y que fomentan una cultura del gasto permanente.
Pero, ¿cómo queda uno atrapado por la locura del consumo? Para
conservar el estado del gasto permanente, el sistema se vale de
diferentes estrategias. La más conocida es la publicidad, que estimula
al individuo para que se convierta en consumidor. La publicidad,
sobretodo a través de la televisión, es quien determina qué es lo que
hay que comer, lo que hay que vestir, lo que hay que comprar… en
definitiva, crea modelos de consumo con los que la sociedad se siente
identificada, de forma que la gente acaba consumiendo para ser aquello
que se compra. La publicidad crea la necesidad de consumir. Si no
hubiera publicidad, la gente no consumiría más que aquello totalmente
necesario, y por lo tanto, las empresas no obtendrían los ingresos
multimillonarios que están ganando hoy en día.
Además
de la publicidad, muchas empresas recurren a otra estrategia para
mantener a sus clientes encadenados al consumo continuo: nos referimos a
las progresivas mejoras que poco a poco se van añadiendo a los
productos. En ocasiones son mejoras interesantes y que de verdad aportan
algo más al producto original, pero otras veces estos elementos
añadidos son simples tonterías. Encontramos ejemplos en casi todos los
productos de Apple. Con la actual guerra de competencia entre Apple y Samsung con la telefonía móvil, los iPhones y Samsung Galaxy están entrando en una constante mejora de sus productos que empieza a ser alocada. Cada 10-12 meses aparecen nuevos modelos
de móviles con algo diferente: mayor tamaño, menor peso, cámara de
fotos, aplicaciones nuevas… La pregunta que uno se hace es, ¿no podrían
haber añadido esas cosas en el modelo inicial? Por supuesto eso habría
supuesto un menor beneficio, pero de lo contrario se está abusando del
consumidor, obligándole a comprar un móvil nuevo cada año que pasa. Otro
ejemplo lo encontramos en las distintas videoconsolas que Nintendo ha
ido sacando estos últimos años: Nintendo DS (2005), Nintendo DS Lite
(2007), Nintendo DSi (2009), Nintendo DSi XL (2010), Nintendo 3DS
(2011).
Finalmente, otra estrategia muy utilizada por el sistema capitalista
para atar a la gente en la locura del consumo constante es la conocida
como “obsolescencia programada”. A esta práctica le dedicamos un
apartado en Obsolescencia programada.
De forma resumida consiste en fabricar productos programando el fin de
su vida útil, de modo que, tras un periodo de tiempo calculado de
antemano por el fabricante durante la fase de diseño, dicho producto
deje de funcionar, y quede inútil o inservible, obligando al consumidor a
comprar otro.
INTERESANTE: La globalización cultural (dentro del apartado ‘La globalización’)
Un sistema insostenible en el tiempo
¿De dónde salen todas las cosas que compramos? Para responder a esta
pregunta es necesario comprender cómo funciona la denominada economía de los materiales,
un proceso compuesto por varias fases. La primera es la extracción, que
en realidad es un eufemismo, pues consiste en explotar los recursos
naturales, que a su vez es una manera elegante de referirse a la
destrucción de la naturaleza. Estamos talando, minando, agujereando y
destruyendo el mundo tan rápido que algunos ecologistas sostienen que la
humanidad es el cáncer del planeta Tierra.
La segunda fase es la producción. Y consiste en usar diferentes
fuentes de energía para mezclar los recursos naturales extraídos con una
serie de componentes tóxicos, a partir de los cuales se fabrican muchos
de los productos que consumimos habitualmente. Y dado que a muchas
empresas les trae sin cuidado el impacto que tienen estos químicos sobre
nuestra salud y sobre el medio ambiente, siguen utilizando este tipo de
sustancias dañinas, que en general suelen reducir notablemente sus
costes de producción. De momento, el parche que el ámbito empresarial
está poniendo a este asunto es trasladar sus fábricas a países en vías de desarrollo. Para elevar ventas y beneficios, las empresas marginan la ética y la responsabilidad social
La tercera fase es la distribución, cuyo objetivo es vender todos
estos productos manufacturados lo más deprisa posible. Al haber
deslocalizado el sistema de producción -contratando mano de obra muy
barata-, la logística mercantilista actual se ha convertido en uno de
los procesos más contaminantes e insostenibles de nuestra economía.
Sea como fuere, da lugar a la cuarta fase: el consumo. Sin duda
alguna, se trata del corazón que bombea la sangre que mantiene con vida
al sistema monetario y, además, es una de las variables que más se
utilizan para medir el grado de desarrollo: a más consumo, más
desarrollo.
INTERESANTE: El consumo insostenible: los escenarios posibles
Al ritmo que consumimos, la sociedad actual precisaría de dos planetas Tierra para el año 2030. La
utopía sería comprar lo realmente necesario y fabricado con respeto al
medio ambiente, pero eso parece imposible de realizar, con los
estándares sociales y económicos actuales, que premian el consumismo.
Quien tiene más coches, tiene más éxito. Quien tiene una casa más
grande, es más respetado. En cierta manera, el sistema actual ha
conseguido que se relacione ‘consumo’ con ‘bienestar’.
ARTÍCULO: Bienestar y consumo
¿Sabías que…?
Diez grandes corporaciones controlan casi todo lo que una persona
puede comprar en un supermercado, desde comida hasta cosméticos. De
forma que con nuestro acelerado consumo lo que conseguimos es que los
ricos sean cada vez más ricos, y lo que es peor: dependemos cada vez más
de ellos y de sus decisiones. El precio, la cantidad y la calidad de
los productos la deciden unos pocos, entre los que se encuentran
corporaciones famosas como PepsiCo o Nestlé.
Fuente: HangTheBankers.com
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