La principal ventaja que acarrearía la implantación del Socialismo
es, sin duda, la de relevarnos de la sórdida necesidad de vivir para
otros que, en el actual estado de cosas, tanto presiona sobre casi
todos. En realidad, casi nadie escapa a ella.
De tanto en tanto, en el curso del siglo, un gran hombre de ciencia
como Darwin; un gran poeta como Keats; un fino espíritu crítico como el
del señor Renan; un artista supremo como Flaubert, ha podido aislarse,
mantenerse fuera del alcance de los clamorosos reclamos de los demás,
mantenerse al resguardo del muro como dice Platón, y así realizar
la perfección que había dentro suyo, para su propio incomparable
beneficio, y para el incomparable y duradero beneficio de todo el mundo.
Estas, sin embargo, son las excepciones. La mayoría de la gente arruina
su vida por un malsano y exagerado altruismo; en realidad, se ven
forzados a arruinarse así. Es inevitable que se conmuevan, al verse
rodeados de tan tremenda pobreza, tremenda fealdad, tremenda hambre. En
el hombre, las emociones se suscitan más rápidamente que la
inteligencia; y como señalara hace algún tiempo en un artículo sobre la
función de la crítica, es mucho más fácil solidarizarse con el
sufrimiento que con el pensamiento. De esta forma, con admirables,
aunque mal dirigidas intenciones, en forma muy seria y con mucho
sentimiento, se abocan a la tarea de remediar los males que ven. Pero
sus remedios no curan la enfermedad: simplemente la prolongan. En
realidad sus remedios son parte de la enfermedad.
Tratan de resolver el problema de la pobreza, por ejemplo,
manteniendo vivos a los pobres; o, como lo hace una escuela muy
avanzada, divirtiendo a los pobres.
Pero ésta no es una solución; es agravar la dificultad. El objetivo
adecuado es tratar de reconstruir la sociedad sobre una base tal que la
pobreza resulte imposible. Y las virtudes altruistas realmente han
evitado llevar a cabo este objetivo. Así como los peores dueños de
esclavos fueron los que trataron con bondad a sus esclavos, evitando así
que los que sufrían el sistema tomaran conciencia del horror del mismo,
y los que observaban lo comprendiesen, igual sucede con el estado
actual de cosas en Inglaterra, donde la gente que más daño hace es la
que trata de hacer más bien; y por fin hemos tenido hombres que
estudiaron realmente el problema y conocen la vida —hombres educados que
viven en el East End[1]— adelantándose e implorando a la comunidad para
que restrinja sus impulsos altruistas de caridad, benevolencia y otros
parecidos. Se basan en la afirmación de que la caridad degrada y
desmoraliza. Están perfectamente en lo cierto. La caridad crea una
multitud de pecados.
También debe decirse esto al respecto. Es inmoral usar la propiedad
privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma
institución de la propiedad privada. Es a la vez inmoral e injusto.
Bajo el Socialismo todo esto, naturalmente, se modificará. No
habrá gente viviendo en fétidas pocilgas, vestida con hediondos
andrajos, criando niños débiles, acosados por el hambre, en medio de
circunstancias absolutamente imposibles y repulsivas. La seguridad de la
sociedad no dependerá, como sucede ahora, del estado del tiempo. Si
llega una helada no tendremos a cien mil hombres sin trabajo,
deambulando por las calles miserablemente, o pidiendo limosna a sus
vecinos, o apiñándose ante las puertas de detestables albergues para
tratar de asegurarse un pedazo de pan y un sucio lugar donde pasar la
noche. Cada miembro de la sociedad compartirá la prosperidad y felicidad
general, y si cae una helada, prácticamente nadie estará peor.
Por el otro lado, el Socialismo por sí mismo será valioso simplemente porque conducirá al Individualismo.
El Socialismo, el Comunismo, o como uno quiera llamarlo, al
convertir la propiedad privada en riqueza pública, y al reemplazar la
competencia por la cooperación, restituirá a la sociedad su condición de
organismo sano, y asegurará el bienestar material de cada miembro de la
comunidad. Dará a la Vida una base y un medio adecuados. Pero algo más
se necesita para que la Vida en su desarrollo completo, logre su más
alta forma de perfección. Se necesita el Individualismo. Si el Socialismo
es Autoritario; si hay Gobiernos armados de poder económico, como lo
están ahora de poder político; si, en una palabra, llegamos a Tiranías
Industriales, entonces la condición del hombre sería peor que la actual.
Mucha gente, en el presente, a raíz de la existencia de propiedad
privada, puede desarrollar un muy limitado Individualismo. Son los que
no necesitan trabajar para vivir, o pueden elegir la esfera de actividad
que realmente se aviene a su personalidad y les brinda placer. Son los
poetas, los filósofos, los hombres de ciencia; en una palabra, los
hombres auténticos, los hombres que se han realizado, y con los que la
Humanidad entera logra una parcial realización. Hay en cambio mucha
gente que, sin propiedad privada y estando siempre al borde del hambre,
se ve obligada a hacer el trabajo de bestias de carga, tareas que nada
tienen que ver con ellos y a las cuales se ven forzados por la
perentoria, irracional, degradante tiranía de la necesidad. Estos son
los pobres; no hay gracia en sus maneras ni en sus palabras, ni
educación, cultura o refinamiento en sus placeres, ni gozo por la vida.
La Humanidad se beneficia en prosperidad material, con el aporte de su
fuerza colectiva. Pero solamente el aspecto material es el que se
beneficia; y el hombre que es pobre, en sí mismo no tiene absolutamente
ninguna importancia. Es meramente el átomo infinitesimal de una fuerza
que, en lugar de tomarlo en cuenta, lo destroza; en realidad, lo
prefiere destrozado, ya que de esta forma es mucho más obediente.
Podrá decirse, por supuesto, que el Individualismo generado bajo las
condiciones de la propiedad privada no es siempre, o por lo general,
bueno ni maravilloso, y que si bien los pobres no tienen cultura ni
encanto, tienen sin embargo muchas virtudes. Estas dos afirmaciones
serían perfectamente ciertas. La posesión de propiedad privada resulta a
menudo extremadamente desmoralizadora y ésta es por supuesto, una de
las razones por las cuales el Socialismo quiere librarse de esta
institución. En realidad, la propiedad resulta un estorbo. Años atrás
hubo gente que recorría el país afirmando que la propiedad genera
obligaciones; la proclamaban tanto y en forma tan tediosa que, al final,
la Iglesia comenzó a decirlo a su vez. Se escucha ahora desde cada
púlpito. Es perfectamente cierto. La propiedad tiene obligaciones y
tiene tantas, que poseer propiedades resulta una carga. Genera
constantes reclamaciones, interminable atención a los negocios,
perpetuos malestares. Si la propiedad sólo ofreciera placeres, la
podríamos soportar; pero sus obligaciones la hacen insoportable. En el
propio interés de los ricos, debemos desembarazarnos de ella. Las
virtudes de los pobres pueden reconocerse fácilmente, y mucho deben
lamentarse. Con frecuencia se nos dice que los pobres están agradecidos a
la beneficencia. Algunos de ellos lo están, sin duda, pero los mejores
entre los pobres nunca están agradecidos. Están descontentos,
desagradecidos, son desobedientes y rebeldes. Y tienen mucha razón de
sentirse así. Sienten que la caridad es un modo ridículamente inadecuado
de restitución parcial, o una limosna sentimental, acompañada
habitualmente por un impertinente intento por parte del sentimentalista
de tiranizar sus vidas privadas. ¿Por qué sentir agradecimiento por las
migajas que caen de la mesa del rico? Debieran estar sentados
compartiendo la mesa, y lo están empezando a saber. Y en cuanto a estar
descontentos, un hombre que no lo estuviera en ese medio y llevando tan
baja forma de vida, sería un perfecto bruto. La desobediencia, a los
ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del
hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado, a través
de la desobediencia y a través de la rebelión. Algunas veces se alaba a
los pobres por ser ahorrativos. Pero recomendar el ahorro a un pobre es a
la vez grotesco e insultante. Es como recomendar a un hombre que se
está muriendo de hambre, que coma menos. Sería absolutamente inmoral que
un trabajador del campo o de la ciudad practique la frugalidad. El
hombre no debiera estar dispuesto a demostrar que puede vivir como un
animal mal alimentado. Debiera negarse a vivir así, y robar o pedir
ayuda pública, cosa que muchos consideran una forma de robo. En cuanto a
la mendicidad, es más seguro pedir que tomar; pero es más grato tomar
que pedir. No: aquel pobre que es desagradecido, que no es ahorrativo,
que está descontento y en rebeldía, ese hombre probablemente tiene una
verdadera personalidad, y tiene mucho dentro suyo. De cualquier forma,
representa una protesta saludable. En cuanto a los pobres virtuosos, uno
bien puede sentir lástima de ellos, sin duda, pero no se les puede
admirar. Han llegado a un acuerdo privado con el enemigo, y vendido su
derecho de nacimiento por un mal plato de comida. También tienen que ser
enormemente estúpidos. Puedo comprender a aquel hombre que acepta las
leyes que protegen la propiedad privada, admitiendo que ésta se acumule,
en tanto él mismo, bajo estas circunstancias, esté en condiciones de
realizar alguna forma de vida hermosa e intelectual. Pero no puedo
comprender que aquel a quien esas leyes destrozan y hacen horrible la
vida, pueda estar de acuerdo con que las mismas continúen.
No es difícil, sin embargo, encontrar la explicación a esto. Es
simplemente que la miseria y la pobreza son tan absolutamente
degradantes, y ejercen un efecto tan paralizante sobre la naturaleza
humana, que ninguna clase tiene realmente conciencia de su propio
sufrimiento. Debe decírselo otra gente, y con frecuencia son
absolutamente incrédulos. Lo que dicen los patrones acerca de los
agitadores es incuestionablemente cierto. Los agitadores son un conjunto
de personas que interfiere, que perturba, que llega a una clase
perfectamente contenta de la comunidad y siembra en ella la semilla del
descontento. Es por esta razón que los agitadores son tan absolutamente
necesarios. Sin ellos, en el estado incompleto en que nos hallamos, no
se produciría adelanto alguno hacia la civilización. La esclavitud se
abolió en Norteamérica, pero no como consecuencia de la acción de los
propios esclavos, o por algún expreso deseo de su parte para que se los
libere. El sistema fue abolido como resultado de la acción abiertamente
ilegal de algunos agitadores, en Boston y en otras partes, que no eran
esclavos, ni propietarios ellos mismos de esclavos, ni tenían realmente
nada que ver con la cuestión. Fueron, indudablemente, los Abolicionistas
los que encendieron la llama de la antorcha, los que comenzaron todo. Y
es curioso notar que, de los mismos esclavos, no recibieron solamente
muy poca colaboración sino ni siquiera alguna comprensión; y cuando, al
terminar la guerra, los esclavos se vieron libres, se encontraron tan
absolutamente libres que estaban libres para morir de hambre y muchos de
ellos amargamente lamentaron el nuevo estado de cosas. Para el
pensador, el hecho más trágico de toda la Revolución Francesa no es que
María Antonieta muriera por ser una reina, sino que el campesino
hambriento de la Vendée voluntariamente saliera a morir por la horrible
causa del feudalismo.
Queda claro, entonces, que ningún sistema de Socialismo Autoritario
servirá. Pues mientras bajo el actual sistema bastante gente puede
vivir con una cierta cantidad de libertad y expresión y felicidad, bajo
un sistema industrial cuartelario, o bajo un sistema de tiranía
económica, nadie tendría esa libertad. Debe lamentarse que una parte de
nuestra comunidad viva prácticamente en la esclavitud, pero es infantil
proponer que se resuelva el problema con la esclavitud de toda la
comunidad. Cada hombre debiera ser libre para escoger el propio trabajo.
No debiera ejercerse sobre él ninguna compulsión. Existiendo
compulsión, el trabajo no será bueno para él, no será bueno en sí mismo,
y no será bueno para los demás. Y por trabajo me refiero simplemente a
cualquier tipo de actividad.
Me cuesta pensar que, hoy en día, un Socialista proponga
seriamente que un inspector visite todas las mañanas cada casa para
controlar que cada ciudadano se levante y haga un trabajo manual por
espacio de ocho horas. La Humanidad ha ido más allá de esa etapa y
reserva tal forma de vida para la gente a quienes, en una forma muy
arbitraria, elige llamar criminales. Pero confieso que muchos de los
puntos de vista socialistas con los que me he encontrado, parecen estar
manchados por ideas de autoritarismo, cuando no de cruel compulsión. Por
supuesto, autoridad y compulsión, quedan fuera de toda cuestión. Toda
asociación debe ser voluntaria. Es únicamente en asociaciones
voluntarias que el hombre puede sentirse realmente bien.
Podrá preguntárseme cómo es que el Individualismo, que prácticamente
depende de la existencia de la propiedad privada para su
desenvolvimiento, pudiera beneficiarse con la abolición de la misma. La
respuesta es muy simple. Es verdad que, en las condiciones actuales,
algunos hombres con medios privados propios, tales como Byron, Shelley,
Browning, Víctor Hugo, Baudelaire y otros, han podido, en forma más o
menos completa, realizar sus personalidades. Ninguno de estos hombres
dio un solo día de su trabajo por un salario. Pudieron librarse de la
pobreza. Tenían con ello una enorme ventaja. La cuestión es decidir si
el Individualismo se beneficiaría con la supresión de dicha ventaja.
Supongamos que no existe esa ventaja. ¿Qué le sucede entonces al
Individualismo? ¿Cómo se beneficiará?
El beneficio será éste. Bajo las nuevas condiciones, el
Individualismo será mucho más libre, más bello y más intenso que ahora.
No estoy hablando del gran Individualismo imaginativamente realizado por
poetas tales como los que he mencionado, sino del gran Individualismo
real, latente y potencial del género humano en general. Pues el
reconocimiento de la propiedad privada ha dañado realmente al
Individualismo, y lo ha oscurecido, confundiendo al hombre con lo que él
posee. Ha desviado totalmente al Individualismo. Ha hecho su finalidad
de las ganancias, y no del desarrollo. De manera que el hombre creyó que
lo importante es tener, y no supo que lo importante es ser. La
verdadera perfección del hombre reside, no en lo que el hombre tiene
sino en lo que el hombre es. La propiedad privada ha destrozado el
verdadero Individualismo, y establecido un Individualismo que es falso.
Ha prohibido a una parte de la comunidad alcanzar su individualidad,
haciéndola morir de hambre. Ha prohibido a la otra parte de la comunidad
llegar al Individualismo, colocándola sobre un camino erróneo y
poniéndole obstáculos. En realidad, la personalidad del hombre ha sido
tan completamente absorbida por sus posesiones que la ley inglesa trata
las ofensas contra la propiedad de un hombre con mucha más severidad que
las ofensas contra su persona, y la propiedad es todavía la prueba
distintiva de completo derecho cívico. También muy desmoralizadora es la
industria necesaria para hacer dinero. En una comunidad como la
nuestra, donde la propiedad confiere inmensa distinción, posición
social, honor, respeto, títulos y otras agradables cosas semejantes, el
hombre que es naturalmente ambicioso, hace suya la meta de acumular esta
propiedad, y sigue tediosamente acumulándola largo tiempo después de
haber conseguido mucho más de lo que desea, o puede usar, o gozar, o
quizás aún conocer. El hombre se matará trabajando a fin de asegurarse
propiedades y, verdaderamente, considerando las enormes ventajas que
trae la propiedad, uno no puede sorprenderse. Lo que uno puede lamentar
es que la sociedad esté construida sobre bases tales que el hombre se
vea encasillado sin poder desarrollar libremente todo lo maravilloso,
fascinante y exquisito que hay dentro suyo; con lo cual, en verdad,
pierde el verdadero placer y alegría de vivir. Se encuentra también muy
inseguro bajo las condiciones existentes. Un comerciante rico puede
estar —a menudo lo está— en cada momento de su vida a merced de las
cosas que no quedan bajo su control. Si el viento sopla demasiado, o si
el tiempo cambia de repente, o si sucede algo trivial, su barco se puede
hundir, sus especulaciones pueden fallar, y se convierte en un hombre
pobre, con una posición social que se le fue. Nada debiera poder dañar a
un hombre más que él mismo. Lo que un hombre tiene realmente, es lo que
está dentro suyo. Lo que está afuera no debiera tener importancia.
Con la abolición de la propiedad privada tendremos, entonces, un
verdadero, hermoso, sano Individualismo. Nadie perderá su vida en
acumular cosas y los símbolos para las cosas. Se vivirá. Vivir es la
cosa menos frecuente en el mundo. La mayoría de la gente existe, eso es
todo.
Podemos preguntarnos si hemos tenido alguna vez la oportunidad de ver
la expresión completa de una personalidad, excepto en el plano
imaginativo del arte. En la acción, no lo hemos visto nunca. César, dice Mommsen, era el hombre completo y perfecto.
Pero, ¡qué trágicamente inseguro era César! Siempre que exista un
hombre ejerciendo autoridad, existe un hombre que resiste la autoridad.
César era muy perfecto, pero su perfección transitaba por un camino
demasiado peligroso. Marco Aurelio era el hombre perfecto, dice
Renan. Sí, el gran emperador era un hombre perfecto. ¡Pero qué
intolerables eran las interminables reclamaciones sobre él! Se
tambaleaba bajo la carga del imperio. Estaba consciente de lo inadecuado
que era que un hombre soportara el peso de ese !@#$%^&*án y de ese
orbe demasiado vasto. Lo que quiero significar por hombre perfecto es
alguien que se desarrolla bajo condiciones perfectas; alguien que no
está herido, o preocupado, o mutilado, o en peligro. La mayor parte de
las personalidades se vieron obligadas a ser rebeldes. La mitad de sus
fuerzas se perdió en la lucha. La personalidad de Byron se desgastó
terriblemente en su batalla contra la estupidez, la hipocresía y el
Filisteísmo de los ingleses. Tales batallas no siempre intensifican la
fuerza; a menudo aumentan la debilidad. Byron nunca pudo darnos lo que
hubiera podido darnos. Shelley escapó mejor. Como Byron, se fue de
Inglaterra lo antes que pudo. Si los ingleses se hubiesen dado cuenta
qué gran poeta era en realidad, hubiesen caído sobre él con dientes y
uñas, haciéndole la vida insoportable. Pero como no fue una figura
destacada en sociedad, hasta cierto punto pudo escapar. Hasta en Shelley
la señal de rebelión es aún a veces demasiado fuerte. La característica
de la personalidad perfecta no es de rebelión sino de paz.
Será maravilloso ver la verdadera personalidad del hombre. Se
desarrollará natural y simplemente, como crece una flor o un árbol. No
estará en discordia. Nunca argumentará ni disputará. No tendrá que
demostrar cosas. Lo sabrá todo, y sin embargo, no se preocupará por el
conocimiento. Tendrá sabiduría. Su valor no se medirá con cosas
materiales. No tendrá nada, y sin embargo, tendrá todo y aunque se le
saque, siempre le quedará, tan rico será. No estará siempre
entrometiéndose con los demás, o pidiéndoles que sean como él. Los amará
por ser diferentes. Y si bien no se entrometerá en la vida de los
demás, los ayudará a todos, de la misma forma que una cosa hermosa nos
ayuda, por ser lo que es. La personalidad del hombre será verdaderamente
maravillosa. Será tan maravillosa como la personalidad de un niño.
En su desarrollo se podrá apoyar en el Cristianismo, si así lo
deseara; pero si no fuera ése el deseo de los hombres, seguramente se
desarrollará lo mismo. Pues no se preocupará por el pasado, ni se
preocupará de si las cosas sucedieron o no sucedieron. No admitirá más
leyes que las propias, ni otra autoridad que su propia autoridad. Pero
amará a aquellos que busquen intensificarla y hablará a menudo de ellos.
Cristo fue uno de ellos. ¡Conócete a ti mismo!, era la inscripción que se leía en el portal del mundo antiguo. Sobre el portal del nuevo mundo la inscripción será Sé tú mismo. Y el mensaje de Cristo al hombre fue simplemente Sé tú mismo. Ese es el secreto de Cristo.
Cuando Cristo habla de los pobres, simplemente se refiere a las
personalidades, así como cuando habla de los ricos, simplemente se
refiere a aquellos que no han desarrollado su personalidad. Jesús se
movía en una comunidad que permitía la acumulación de propiedad privada,
tal como lo hace la nuestra, y el evangelio que él predicaba no decía
que fuese una ventaja para el hombre en una comunidad tal vivir mal
alimentado, vestir harapos, dormir en viviendas horrendas y malsanas, ni
que fuese una desventaja para el hombre vivir en condiciones decentes,
agradables y sanas. Tal punto de vista hubiese sido equivocado para
aquel lugar y en aquel entonces, pero naturalmente estaría mucho más
equivocado aplicado a este tiempo y a Inglaterra; pues a medida que el
hombre avanza, sus necesidades materiales adquieren mayor importancia
vital, y nuestra sociedad es infinitamente más compleja y despliega
extremos de lujo y pobreza mucho mayores que los que existían en
cualquier sociedad del mundo antiguo. Lo que Jesús quiso decir era esto.
Le dijo al hombre: Tienes una magnífica personalidad. Desarróllala.
Sé tú mismo. No imagines que tu perfección resida en acumular o poseer
cosas externas. Tu afecto está dentro tuyo. Si solamente te dieras
cuenta de esto, no querrías ser rico. Las riquezas ordinarias le pueden
ser robadas a un hombre. Las verdaderas riquezas, no. En el tesoro de tu
alma hay cosas infinitamente preciosas, que no te pueden quitar. Trata
entonces de modelar tu vida en forma tal que las cosas externas no te
dañen. Y trata también de librarte de la propiedad privada. Implica
sórdida preocupación, infinito trabajo, continuo mal. La propiedad
personal, obstaculiza a cada paso al Individualismo. Debe notarse
que Jesús nunca dice que la gente pobre sea necesariamente buena, ni que
la gente adinerada sea necesariamente mala. La gente adinerada, como
clase, es mejor que la gente pobre, más moral, más intelectual, con
mejores maneras. Existe solamente una clase dentro de la comunidad que
piensa más sobre el dinero que los ricos, y es la de los pobres. Los
pobres no pueden pensar en nada más. Esa es la miseria de ser pobre. Lo
que Jesús sí dice es que el hombre llega a su perfección, no a través de
lo que tiene, ni aún a través de lo que hace, sino exclusivamente por
lo que es. Y así el joven rico que llega hasta Jesús está representado
como un buen ciudadano que ha cumplido con las leyes de su Estado y los
mandamientos de su religión. Es bien respetable, en el sentido ordinario
de esa extraordinaria palabra. Jesús le dice: Debieras desprenderte
de la propiedad privada. Te impide darte cuenta de tu perfección. Es una
traba sobre ti, una carga. Tu personalidad no la necesita. Es dentro
tuyo y no fuera donde encontrarás lo que realmente eres, y lo que
realmente quieres. A sus propios amigos les dice lo mismo. Les dice
que sean ellos mismos, y que no estén siempre preocupados por otras
cosas. ¿Qué importan las otras cosas? El hombre es completo por sí
mismo. Cuando entren en el mundo, el mundo estará en desacuerdo. Eso es
inevitable. El mundo odia el Individualismo. Pero eso no les deberá
preocupar. Deberán tener calma y centrarse en sí mismos. Si un hombre
toma su abrigo, deberán darle su saco, para demostrarle que las cosas
materiales no tienen importancia. Si la gente se abusa, no se le deberá
responder en la misma forma. ¿Qué significa esto? Las cosas que la gente
diga de un hombre no lo alteran. Es lo que es. La opinión pública no
tiene valor. Aún si la gente utiliza la violencia, no deberá por eso
responder con violencia. Eso significaría caer en el mismo bajo nivel.
Después de todo, aún en prisión, el hombre puede ser bastante libre. Su
alma puede ser libre. Su personalidad puede no alterarse. Puede estar en
paz. Y, sobre todas las cosas, no deberá interferir la vida de los
demás, ni de ninguna manera juzgarlos. La personalidad es algo muy
misterioso. Un hombre no puede ser siempre estimado por lo que hace. Un
hombre puede observar las leyes y sin embargo carecer por completo de
valor. Puede transgredir la ley, y sin embargo ser bueno. Puede ser
malo, sin haber hecho nunca algo malo. Puede cometer un pecado contra la
sociedad, y sin embargo realizar a través de ese pecado su verdadera
perfección.
II
Hubo una mujer que cometió adulterio. No se nos cuenta la historia de
su amor, pero ese amor debió haber sido muy grande; puesto que Jesús
dijo que se le habían perdonado sus pecados, no porque se arrepintiera,
sino porque su amor había sido tan intenso y maravilloso. Más adelante,
poco antes de su muerte, mientras estaba sentado en una comida, la mujer
entró y derramó costosos perfumes sobre los cabellos de Jesús. Sus
amigos trataron de interferir diciendo que era una extravagancia, y que
el dinero que los perfumes costaban debiera haberse gastado en dar
alivio a los necesitados, o algo semejante. Jesús no aceptó ese punto de
vista. Señaló que las necesidades materiales del Hombre eran grandes y
muy permanentes, pero que las necesidades espirituales eran mayores aún y
que, en un momento divino, una personalidad podía llegar a su
perfección. El mundo reverencia aún hoy a esta mujer como una santa.
Sí, existen cosas sugestivas en el Individualismo. El Socialismo
termina por completo con la vida familiar, por ejemplo. Con la
abolición de la propiedad privada, el casamiento en su forma actual debe
desaparecer. Esto forma parte del programa. El Individualismo acepta
esto y lo ennoblece. Convierte la abolición de la restricción legal en
una forma de libertad que ayudará al total desarrollo de la personalidad
y convierte el amor entre el hombre y la mujer en algo más maravilloso,
más hermoso y más ennoblecedor. Jesús sabía esto. Rechazó los reclamos
de la vida familiar, aunque existían en su tiempo y en su comunidad en
forma muy marcada. ¿Quién es mi madre? ¿Quiénes son mis hermanos?,
decía cuando se le anunciaba que ellos querían hablarle. Cuando uno de
sus discípulos pidió permiso para enterrar a su padre, su terrible
respuesta fue: Dejad que los muertos entierren a los muertos. No permitía absolutamente ningún reclamo sobre la personalidad.
Y así sólo lleva una vida a imagen de la de Cristo, aquel que se
mantiene perfecta y absolutamente él mismo. Puede ser un gran poeta, o
un gran hombre de ciencia, o un joven estudiante de la Universidad, o
alguien que cuida ovejas en la pradera; o un creador de dramas, como
Shakespeare, o un pensador sobre Dios, como Spinoza; o un niño que juega
en un jardín, o un pescador que arroja la red al mar. No importa lo que
es, mientras realice la perfección del alma dentro suyo. Toda imitación
en la moral y en la vida está mal. A través de las calles de Jerusalén
se arrastra hoy un loco que lleva una cruz de madera sobre sus espaldas.
Es un símbolo de las vidas arruinadas por la imitación. El padre Damien
actuó a imagen de Cristo cuando se fue a vivir con los leprosos, porque
en ese servicio pudo realizar lo que mejor había dentro suyo. Pero
igual fue Wagner, cuando expresó su alma en la música; o Shelley al
expresar su alma en la poesía. No existe un tipo único de hombre.
Existen tantas perfecciones como hombres imperfectos, y mientras un
hombre puede atender los reclamos de la caridad y ser libre, no lo
seguirá siendo si se somete a las exigencias del conformismo.
A través del Socialismo se podrá llegar, pues al
Individualismo. Como resultado natural, el Estado debe dejar de lado
toda idea de gobierno. Debe dejarlo de lado pues, como dijo un sabio
muchos siglos antes de Cristo, puede existir la humanidad por sí sola, pero no puede existir un gobierno para la humanidad.
Todas las formas de gobierno fracasan. El despotismo es injusto con
todos, incluso con el déspota que probablemente fue hecho para cosas
mejores. Las oligarquías son injustas con las mayorías y las oclocracias
con las minorías. Se pusieron ideales en la democracia: pero la
democracia significa solamente el aporreamiento del pueblo por el
pueblo, para el pueblo. Ya se ha podido comprobar. Debo decir que era
hora, pues toda autoridad es bien degradante. Degrada a quien la ejerce y
a aquellos sobre quienes se ejerce. Cuando se aplica violenta, grosera y
cruelmente, produce un buen efecto creando y fomentando el espíritu de
la rebeldía y del Individualismo, que acabará por terminar con ella.
Cuando se aplica con una cierta dosis de bondad y está acompañada de
premios y recompensas, es tremendamente desmoralizadora. En ese caso, la
gente está menos consciente de la horrible presión que se ejerce sobre
ella y de esta forma atraviesa la vida en medio de un tosco confort,
como animales domésticos, sin darse cuenta jamás de que probablemente
están pensando los pensamientos de otras gentes, viviendo de acuerdo a
los standards de otras gentes, usando lo que prácticamente podría
llamarse ropa de segunda mano, y nunca siendo ellos mismos, ni por un
solo momento. Aquél que fuere libre, dice un gran pensador, no debe conformarse. Y la autoridad, al sobornar a la gente, crea un tosco tipo de barbarismo sobrealimentado entre nosotros.
Junto con la autoridad, desaparecerá el castigo. Esto representará un
gran beneficio; un beneficio de incalculable valor. A medida que se lee
la historia, y no en las versiones expurgadas escritas para escolares y
transeúntes, sino la de autoridades originales de cada época, uno se
siente enfermo, no por los crímenes cometidos por los malvados, sino por
los castigos infligidos por los buenos; y una comunidad se embrutece
infinitamente más con el empleo habitual de castigo que con el crimen
ocasional. Resulta obvio que cuantos más castigos se infligen más
crímenes se producen, y la legislación más moderna así lo reconoce, y se
ha propuesto disminuir lo más posible el castigo, y donde éste ha
podido realmente disminuirse, los resultados han sido extremadamente
buenos. Cuanto menos castigo, menos crimen. Allí donde no exista
castigo, el crimen dejará de existir, o si ocurre será tratado por los
médicos como una forma lamentable de demencia que será curada con
cuidados y bondad. Pues aquellos a quienes se llama criminales hoy día,
de ninguna manera lo son. El hombre, y no el pecado, es el padre del
crimen moderno. Esa es, en realidad, la razón por la que nuestros
criminales son, como clase, tan absolutamente poco interesantes desde el
punto de vista psicológico. No son ni los maravillosos Macbeths ni los
terribles Vautrins. Son simplemente lo que sería la gente ordinaria,
respetable y común si no hubiese tenido bastante para comer. Cuando
quede abolida la propiedad privada, no habrá necesidad del crimen, nadie
se interesará por él; dejará de existir. Por supuesto, no todos los
crímenes son crímenes contra la propiedad, aunque esos sean los crímenes
que la ley inglesa, valorando más lo que el hombre tiene que lo que el
hombre es, castiga con la más tremenda y horrible severidad (si
exceptuamos el crimen del asesinato, y consideramos a la muerte como
peor que la servidumbre penal, punto sobre el cual entiendo que nuestros
criminales discrepan). Pero aunque un crimen pueda no ser contra la
propiedad, puede surgir de la miseria, la rabia y la depresión
producidas por nuestro equivocado sistema de tenencia de propiedad, de
modo que cuando el sistema quede abolido, desaparecerá. Cuando cada
miembro de la comunidad tenga lo necesario para sus necesidades y su
vecino no interfiera en su vida, no tendrá ningún interés en interferir
en la vida de los demás. Los celos, que son una extraordinaria fuente de
crimen en la vida moderna, son una emoción estrechamente ligada a
nuestra concepción de la propiedad que, bajo el Socialismo y el
Individualismo, desaparecerá. Es notable comprobar que en tribus de tipo
comunitario, los celos son enteramente desconocidos.
Ahora bien, si el Estado no va a gobernar, uno se puede preguntar qué
es lo que irá a hacer. El Estado deberá ser el voluntario fabricante y
distribuidor de los bienes necesarios. El Estado deberá hacer lo que es
útil. El individuo deberá hacer lo que es hermoso. Y como he mencionado
la palabra trabajo, no puedo dejar de decir que se escriben y se dicen
actualmente muchas tonterías sobre la dignidad del trabajo manual. No
hay nada necesariamente significativo en la tarea manual, y la mayor
parte de la misma es absolutamente degradante. Es mental y moralmente
ofensivo para el hombre hacer algo en lo que no encuentra placer, y
muchas formas de actividad no brindan absolutamente ningún placer.
Barrer una plazoleta enfangada durante ocho horas al día cuando sopla el
viento este, es una actividad repulsiva. Barrerla con dignidad mental,
moral o física me parece algo imposible. Barrerla con alegría me
parecería sobrecogedor. El hombre se hizo para algo mejor que para
remover la suciedad. Todo trabajo de ese tipo debiera efectuarse con
máquinas.
Y no tengo dudas que se hará. Hasta este momento el hombre ha sido,
hasta cierto punto, el esclavo de la máquina, y hay algo trágico en el
hecho de que tan pronto un hombre inventó una máquina para que realice
su trabajo, él comienza a pasar hambre. Naturalmente, este es el
resultado de nuestro sistema de propiedad y nuestro sistema de
competencia. Un hombre posee la máquina que hace el trabajo de
quinientos hombres. Quinientos hombres son, por consiguiente, echados de
su trabajo, y sin trabajo sufren hambre y se dedican a robar. Un hombre
se asegura el producto de la máquina y la mantiene, y tiene quinientas
veces más de lo que debiera tener y probablemente, aunque no tenga
realmente importancia, mucho más de lo que él puede necesitar. Si esa
máquina perteneciera a todos, todos se beneficiarían con ella.
Proporcionaría una enorme ventaja a la comunidad. Todo trabajo no
intelectual, toda tarea monótona, aburrida, toda tarea relacionada con
cosas feas que implique condiciones desagradables, debiera hacerse con
máquinas. Las máquinas debieran trabajar por nosotros en las minas de
carbón, encargarse de los servicios sanitarios, encargarse del fogueo en
los barcos, limpiar las calles, llevar mensajes en días de lluvia, y
hacer cualquier cosa tediosa o deprimente. En la actualidad, la máquina
compite con el hombre. Bajo condiciones favorables, la máquina servirá
al hombre. No existe ninguna duda de que éste es el futuro de la
máquina, y así como los árboles crecen mientras el campesino duerme, de
la misma manera, las máquinas se encargarán de todo el trabajo necesario
y desagradable mientras la Humanidad se divierte, o goza con un
descanso cultivado —que ésa es la finalidad del hombre, y no la tarea—, o
haciendo hermosas cosas, o leyéndolas, o simplemente contemplando el
mundo con admiración y delicia. El hecho es que la civilización reclama
esclavos. Los griegos tenían mucha razón en eso. Si no existen esclavos
para hacer el trabajo desagradable, horrible, no interesante, la cultura
y la contemplación se hacen casi imposibles. La esclavitud humana es
insegura y desmoralizadora. El futuro del mundo depende de la esclavitud
mecánica, de la esclavitud de la máquina. Y cuando los científicos no
deban ir al deprimente East End a distribuir un mal cacao y peores
mantas a gente hambrienta, gozarán de un delicioso descanso en el cual
podrán crear cosas maravillosas para su propio gozo y para el de todos
los demás. Existirán grandes depósitos de energía en todas las ciudades y
si se necesitara, para cada casa, y esta energía el hombre la
convertirá en calor, luz o movimiento, de acuerdo a sus necesidades. ¿Es
esto utópico? Un mapa del mundo que no incluya Utopía no merece
ni mirarse pues deja fuera el país en el que la Humanidad está siempre
desembarcando. Y al desembarcar allí la Humanidad y ver un país mejor,
vuelve a poner proa hacia ella. El progreso es la realización de las
utopías.
III
Ahora bien, he dicho que la comunidad, por medio de la organización
de maquinarias, abastecerá las cosas útiles, y que las cosas hermosas
las hará el individuo. Esto no solamente es necesario sino que es la
única forma posible por la que podemos conseguir lo uno y lo otro. Un
individuo que debe hacer cosas para uso de otros, atendiendo las
necesidades y los deseos de los demás, no trabaja con interés, y por
consiguiente no puede poner en su trabajo lo que hay mejor dentro suyo.
Por otra parte, cuando una comunidad o una importante parte de una
comunidad, o un gobierno de cualquier tipo, trata de dictar al artista
lo que debe hacer, el Arte, o desaparece totalmente, o se estereotipa, o
se degenera en una forma baja e innoble de artesanía. Una obra de arte
es el resultado único de un temperamento único. Su belleza es la
consecuencia de que el autor sea lo que es. No tiene nada que ver con lo
que otra gente pueda querer. En realidad, en el momento en que el
artista se da cuenta de lo que quiere la otra gente, y trata de
satisfacer la demanda, deja de ser un artista y se convierte en un
artesano, aburrido o divertido, un comerciante honesto o deshonesto. No
tiene derecho a exigir que se lo considere un artista. El arte es la
forma más intensa de Individualismo que el mundo ha conocido. Me inclino
a decir que es la única forma real de Individualismo que el mundo ha
conocido. El crimen, que bajo ciertas condiciones puede parecer como
creador de Individualismo, debe tomar conocimiento de otra gente y
relacionarse con ella. Pertenece a la esfera de la acción. Pero el
artista puede modelar una cosa hermosa; lo hace solo, sin tener en
cuenta a sus vecinos y sin interferir con los demás; y si no hace su
obra para su exclusivo placer, no es de ninguna manera un artista.
Y debe notarse que siendo el Arte esta forma intensa de
Individualismo, el público trata de ejercer sobre él una autoridad que
es tan inmoral como ridícula y tan corruptora como despreciable. No es
toda su culpa. El público ha sido siempre, en todos los tiempos, mal
educado. Constantemente se pide que el Arte sea popular para satisfacer
su falta de gusto, para adular su absurda vanidad, para decirles lo que
ya se les dijo antes, para mostrarles lo que debieran estar cansados de
ver, para divertirlos cuando se sienten pesados después de haber comido
demasiado, y para distraer sus pensamientos cuando están cansados de su
propia estupidez. El Arte nunca debiera ser popular. Es el público quien
debiera tratar de hacerse artístico. Existe entre esto una gran
diferencia. Si a un hombre de ciencia se le dijese que los resultados de
sus experiencias, y las conclusiones a las que llegare, no deben
alterar los conocimientos populares sobre el tema, no deben molestar los
prejuicios populares, o lastimar la sensibilidad de aquella gente que
nada sabía sobre ciencia; si a un filósofo se le dijera que tiene todo
el derecho de especular en las más altas esferas del pensamiento,
siempre que llegue a las mismas conclusiones sostenidas por los que
nunca pensaron en esfera alguna; bueno, actualmente al filósofo y al
hombre de ciencia esto les haría mucha gracia. Sin embargo, hasta hace
pocos años la filosofía y la ciencia estaban sometidas a un brutal
control popular, en realidad, a la autoridad: autoridad, ya sea de la
ignorancia general de la comunidad, o del terror y la avidez de poder de
una clase eclesiástica o gubernamental. Por supuesto, nos hemos
liberado en gran parte de cualquier tentativa de la comunidad, o de la
Iglesia, o del Gobierno, de interferir con el individualismo del
pensamiento especulativo, pero todavía subsiste el deseo de trabar el
individualismo del arte imaginativo. En realidad, esta tentativa hace
más que subsistir: es agresiva, ofensiva y brutalizadora.
En Inglaterra, las artes que han podido escapar más son aquellas por
las que el público no muestra gran interés. La poesía es un ejemplo de
lo que quiero decir. Hemos podido tener buena poesía en Inglaterra
porque el público no la lee, y por lo tanto no la influye. Al público le
gusta insultar a los poetas porque son individuales, pero una vez que
los han insultado, los dejan en paz. En el caso de la novela y el
teatro, artes por las cuales el público sí se interesa, el resultado del
ejercicio de la autoridad popular ha sido absolutamente ridículo.
Ningún país produce ficción tan mal escrita, trabajo tedioso y trivial
en forma de novela, y piezas de teatro tan tontas y vulgares como en
Inglaterra. Tiene necesariamente que ser así. El estándar popular es tal
que ningún artista puede adaptarse a él. Es a la vez demasiado fácil y
demasiado difícil ser un artista popular. Es demasiado fácil, porque los
requisitos del público en materia de argumento, estilo, psicología,
tratamiento de la vida y tratamiento de la literatura, están al alcance
de la capacidad más elemental y la mente menos cultivada. Es demasiado
difícil pues para llenar esos requisitos el artista debería violentar su
temperamento, escribir no por el goce artístico que esto le brinda sino
para el entretenimiento de gente semieducada, suprimir así su
individualismo, olvidando su cultura, aniquilando su estilo, dejando de
lado todo lo que es valioso en él. En el caso del teatro, la situación
es algo mejor: el público que concurre al teatro gusta de lo obvio, es
verdad, pero no le agrada lo tedioso; y la comedia burlesca y bufa, las
dos formas más populares, son formas de carácter particular. Dentro de
este género se pueden producir trabajos encantadores y en obras de este
tipo se le concede al artista en Inglaterra gran libertad. Es al llegar a
las formas más elevadas del drama cuando se ve el resultado del control
popular. Lo que al público le disgusta es la novedad. Cualquier intento
de ampliar el tema del arte resulta sumamente desagradable; y sin
embargo, la vitalidad y el progreso del arte dependen en gran medida de
su continua expansión. A la gente no le agrada la novedad porque le
teme. Representa para ellos una forma de Individualismo, una
demostración del artista de que es él quien elige su tema, y lo trata
como le gusta. El público tiene perfecta razón en su actitud. Arte es
Individualismo y el Individualismo es una fuerza perturbadora y
desintegradora. Ese es su inmenso valor. Porque lo que trata de
perturbar es la monotonía del género, la esclavitud de la costumbre, la
tiranía del hábito, y la reducción del hombre al nivel de una máquina.
En el Arte, el público acepta lo que se ha hecho ya, no porque lo
aprecie sino porque no lo puede alterar. Tragan a sus clásicos, pero
nunca los saborean. Los toleran como algo inevitable, y como no los
pueden desfigurar, los proclaman. Es raro, o quizás no, de acuerdo a los
puntos de vista que se tengan, pero esta aceptación de los clásicos
hace mucho daño. La admiración sin crítica de la Biblia, o de
Shakespeare en Inglaterra, es un ejemplo de lo que quiero decir. Con
respecto a la Biblia, entra a incidir sobre este tema la autoridad
eclesiástica, de manera que no me explayaré sobre el mismo.
Pero en el caso de Shakespeare, es bien obvio que el público
realmente no percibe ni las bellezas ni los defectos de sus obras. Si
vieran las bellezas, no objetarían el desarrollo del drama; y si vieran
los defectos, tampoco objetarían el desarrollo del drama[2].
Lo que sucede es que el público utiliza los clásicos de un país como
medio de controlar los progresos del Arte. Degradan a los clásicos al
convertirlos en autoridades. Los utilizan como garrotes para evitar la
libre expresión de la Belleza en nuevas formas. Preguntan siempre al
escritor por qué no escribe como otros, o a un pintor, por qué no pinta
como otros, sin darse cuenta de que si alguno de ellos hiciera algo así
dejaría de ser artista. Cualquier forma fresca de Belleza les resulta
desagradable y cuando aparece se enojan y extrañan tanto, que utilizan
siempre dos estúpidas expresiones: una es que la obra de arte es
absolutamente incomprensible; la otra, que la obra de arte es
absolutamente inmoral. Lo que quieren decir con estas palabras a mi
parecer es lo siguiente: cuando dicen que una obra es absolutamente
incomprensible, quieren decir que el artista ha dicho o hecho una cosa
hermosa que es nueva; cuando describen una obra como absolutamente
inmoral, quieren decir que el artista ha dicho o hecho una cosa hermosa
que es verdadera. La primera expresión hace referencia al estilo; la
segunda al tema. Pero, probablemente, usan palabras en forma vaga. Así
como una muchedumbre utilizaría adoquines para apedrear. No existe un
solo poeta auténtico, o escritor en prosa de este siglo, por ejemplo, a
quienes el público inglés no haya solemnemente conferido diplomas de
inmoralidad y estos diplomas, entre nosotros, prácticamente ocupan el
lugar de lo que en Francia es el formal reconocimiento de una Academia
de Letras y, afortunadamente, hacen que el establecimiento de una
institución tal, sea completamente innecesario en Inglaterra. Por
supuesto, el público utiliza esta palabra en forma temeraria. Podía
esperarse que llamaran a Wordsworth un poeta inmoral. Wordsworth era un
poeta. Pero que hayan llamado a Charles Kingsley novelista inmoral, es
extraordinario. La prosa de Kingsley no era de muy buena calidad. Sin
embargo, he ahí la palabra, y la utilizan en la mejor forma posible. Por
supuesto, un artista no se altera por ello. El verdadero artista es el
hombre que cree absolutamente en sí mismo, porque es absolutamente él
mismo. Pero puedo imaginar que si un artista produjese en Inglaterra una
obra de arte que inmediatamente de aparecer fuese reconocida por el
público, a través de su medio que es la prensa pública, como trabajo
inteligible y muy moral, empezaría seriamente a dudar si en su creación
se habría mostrado realmente él mismo, y por lo tanto, si el trabajo
fuera digno de él, o era de segundo orden, y no tenía ningún valor
artístico.
Quizás me haya equivocado frente al público al limitarlo al empleo de palabras tales como inmoral, exótico, inteligible y malsano. Hay una palabra que utilizan y que es morboso.
No la utilizan con frecuencia. El significado de la palabra es tan
simple que tienen miedo de usarla. Sin embargo, a veces la emplean, y
ocasionalmente uno se cruza con ella en los periódicos populares. Es por
supuesto una palabra ridícula para usar con referencia a una obra de
arte, pues ¿qué es lo morboso sino un estado de emoción o una forma de
pensamiento que uno no puede expresar? El público es totalmente morboso,
porque el público nunca puede encontrar expresión para nada. El artista
nunca es morboso. Expresa todo. Está fuera de su tema y a través de una
forma de expresión produce efectos incomparables y artísticos. Llamar a
un artista morboso porque utiliza como tema la morbosidad es tan tonto
como llamar a Shakespeare loco porque escribió El Rey Lear.
Finalmente, un artista en Inglaterra se beneficia cuando se le ataca.
Se hace completamente él mismo. Por supuesto, los ataques son muy
burdos, muy impertinentes y muy despreciables. De todas maneras, ningún
artista espera gracia de la mente vulgar, o estilo en el intelecto
suburbano. La vulgaridad y la estupidez son dos hechos muy vividos en la
vida moderna. Naturalmente, uno los lamenta, pero allí están. Son temas
de estudio, como todo lo demás. Y es justo declarar, con respecto a los
modernos periodistas, que siempre se disculpan ante uno en privado por
lo que han escrito contra uno en la prensa.
En los últimos años se han agregado otros dos adjetivos al muy
limitado vocabulario de abuso del arte que está a disposición del
público. Uno es la palabra malsano; el otro, la palabra exótico.
Esta última simplemente expresa la rabia del hongo efímero frente a la
inmortal, fascinante y exquisitamente encantadora orquídea. Es un
tributo, pero un tributo sin importancia. La palabra malsano
admite, sin embargo, un análisis. Es una palabra bastante interesante.
En realidad es tan interesante que la gente que la usa no sabe lo que
significa.
¿Qué significa, a qué se llama una obra de arte saludable, y a qué
una obra de arte malsana? Todos los términos que se aplican a una obra
de arte, siempre que se los aplique racionalmente hacen referencia a su
estilo, a su tema, o a ambos. Desde el punto de vista del estilo, una
obra de arte sana es aquella cuyo estilo aprecia la belleza del material
que emplea, ya sea éste palabras o bronce, color o marfil, y emplea
esta belleza para producir el efecto estético. Desde el punto de vista
del tema, una obra de arte sana es aquella en la que la elección del
tema está condicionada por el temperamento del artista y surge
directamente de él. En fin, una obra de arte sana es aquella que tiene
perfección y personalidad. Por supuesto, la forma y la substancia no
pueden separarse en una obra de arte; forman una unidad. Pero con fines
de análisis y dejando de lado por un momento la unidad de la impresión
estética, intelectualmente podemos separarlas. Una obra de arte malsana,
por otra parte, es una obra cuyo estilo es obvio, anticuado y común, y
cuyo tema es elegido deliberadamente, no porque el artista encuentre
placer en él, sino porque cree que el público se lo pagará. En realidad,
la novela popular que el público llama sana es siempre un trabajo
malsano, y lo que el público llama novela malsana es siempre una hermosa
y saludable obra de arte.
De ninguna manera quiero decir que me estoy quejando de que el
público y la prensa pública utilicen mal estas palabras. No sabría cómo,
con su falta de comprensión de lo que es Arte, pudieran utilizarlas en
el sentido adecuado. Simplemente señalo su mal empleo; y en cuanto al
origen de ese mal empleo y el significado que se esconde detrás de todo
eso, la explicación es muy simple. Proviene de la bárbara concepción de
autoridad. Proviene de la incapacidad natural de una comunidad
corrompida por la autoridad, para comprender y apreciar el
Individualismo. En una palabra, proviene de algo monstruoso e ignorante
que se llama Opinión Pública, la cual, bien o mal intencionada
como es cuando trata de controlar la acción, se hace infame y baja
cuando trata de controlar el Pensamiento o el Arte.
En realidad, hay mucho más para decir a favor de la fuerza física del
público que a favor de la Opinión Pública. La primera puede ser buena.
La segunda es tonta. Con frecuencia se dice que la fuerza no es
argumento. Eso sin embargo depende enteramente de lo que uno quiera
probar. Muchos de los más importantes problemas de los últimos siglos,
tales como la continuación del gobierno personal en Inglaterra o del
Feudalismo en Francia, fueron enteramente resultado de la fuerza física.
La misma violencia de una revolución puede hacer, por un momento,
grande y espléndido al público. Fue un día fatal aquel en que el público
descubrió que la pluma es más poderosa que el adoquín y puede hacerse
tan ofensiva como un ladrillo. De inmediato buscaron al periodista, lo
encontraron, lo desarrollaron e hicieron de él un industrioso y bien
pagado sirviente. Es muy lamentable, para ambas partes. Detrás de la
barricada puede haber mucha nobleza y heroísmo. Pero, ¿qué hay detrás
del artículo de fondo sino prejuicio, estupidez, hipocresía y disparate?
y cuando estos cuatro se unen constituyen una fuerza terrible y se
transforman en la nueva autoridad.
Antiguamente existía la tortura. Ahora tienen la prensa. Ciertamente
esto constituye un adelanto. Pero todavía el medio es malo, equivocado y
desmoralizador. Alguien —¿fue Burke?— llamó al Periodismo el cuarto estado.
Eso sin duda era cierto en ese momento. Pero en el presente es el único
estado. Se ha comido a los otros tres. Los Señores Temporales no dicen
nada, los Señores Espirituales no tienen nada que decir; y la Casa de
los Comunes no tiene nada que decir y lo dice. Estamos dominados por el
Periodismo. En Norteamérica, el Presidente reina por cuatro años, y el
Periodismo gobierna por siempre jamás. Por suerte, en Norteamérica el
Periodismo ha llevado su autoridad a los extremos más burdos y brutales y
como consecuencia natural, ha comenzado a crear un espíritu de
rebelión. A la gente le divierte, o le disgusta, de acuerdo a su
temperamento. Pero ya no es más la fuerza que era. No se la considera
seriamente. El Periodismo en Inglaterra, exceptuando algunos pocos
ejemplos conocidos, como no ha sido llevado a tales extremos de
brutalidad, es todavía un gran factor, un poder realmente importante.
Considero verdaderamente extraordinaria la tiranía que se propone
ejercer sobre las vidas privadas de la gente. El hecho es que el público
tiene una curiosidad insaciable por conocer todo, excepto aquello que
vale la pena conocer. El Periodismo, consciente de esto y con sus
hábitos comerciales, satisface sus demandas. En siglos anteriores al
nuestro, el público clavaba a los periodistas por las orejas en la
picota. Eso era terrible. En este siglo, los periodistas han clavado sus
propias orejas en los agujeros de la cerradura. Eso es aún peor. Y lo
que agrava esta desgracia es que los periodistas más culpables no son
los periodistas divertidos que escriben para los llamados periódicos de
sociedad. El daño lo hacen los periodistas serios, reflexivos, sinceros,
quienes solemnemente, como lo están haciendo actualmente, mostrarán
ante los ojos del público algún incidente de la vida privada de un gran
estadista, de algún líder del pensamiento político, ya que se trata de
un creador de fuerza política, e invitan al público a discutir el
incidente, a ejercer su autoridad sobre el asunto, dar su punto de
vista, y no solamente dar su punto de vista sino también llevarlo a la
acción, imponiendo sus ideas sobre otros puntos al hombre, a su partido,
al país; en otras palabras, se hacen ridículos, ofensivos y dañinos.
Las vidas privadas de los hombres y las mujeres no debieran contarse en
público. El público no tiene absolutamente nada que ver con ellos.
En Francia las cosas se arreglan mejor. No se permite que los
detalles de los juicios por divorcio se publiquen para la diversión o la
crítica del público. Todo lo que el público puede conocer es que se ha
llevado a cabo un divorcio y que fue concedido a pedido de una, u otra, o
ambas partes. En Francia, en realidad, se limita al periodista y se
permite al artista casi perfecta libertad. Aquí otorgamos absoluta
libertad al periodista y limitamos enteramente al artista. La opinión
pública inglesa trata de constreñir y obstaculizar al hombre que hace
cosas que son hermosas y obliga al periodista a detallar cosas que son
feas, desagradables o asqueantes, de modo que tenemos los más serios
periodistas del mundo y los periódicos más indecentes. No es exagerado
hablar de compulsión. Posiblemente existan periodistas que encuentran
placer en publicar cosas horribles, o quienes, siendo pobres, buscan
escándalos como fuente permanente de ingresos. Pero existen otros
periodistas, estoy seguro, hombres de educación y cultivados, a quienes
realmente disgusta publicar estas cosas, que saben que está incorrecto
hacerlo, y solamente lo hacen porque las condiciones malsanas en que
ejercen su profesión les obligan a dar al público lo que el público
demanda, y competir con otros periodistas significa proporcionar este
material en la forma más completa y satisfactoria posible, para
satisfacer el burdo apetito popular. Es una posición muy degradante para
cualquier persona educada, y no me cabe duda que la mayoría de ellos lo
siente intensamente.
IV
Dejemos sin embargo lo que es realmente un aspecto muy sórdido del
tema y volvamos a la cuestión del control popular del Arte, con lo que
quiero decir la Opinión Popular dictando al artista la forma que debe
usar, el modo de usarla y los materiales con los que deberá trabajar. He
señalado que las artes que mejor han escapado en Inglaterra son
aquéllas por las que el público no muestra interés. Se interesan, sin
embargo, por el teatro, y como se ha logrado un cierto adelanto en el
teatro en los últimos diez o quince años, es importante señalar que este
avance se debe enteramente al hecho de que algunos pocos artistas
individuales rechazaron aceptar como guía la falta de gusto del público,
y se negaron a considerar el Arte como mera cuestión de oferta y
demanda. Con su maravillosa y vívida personalidad, con un estilo que
tiene en sí un verdadero elemento de color, con su extraordinario poder,
no solamente sobre la mímica sino sobre la creación imaginativa e
intelectual, si el solo objeto del señor lrving hubiese sido dar al
público lo que éste quería, hubiese podido producir las obras más
comunes en la forma más común, y obtener tanto éxito y dinero como
cualquier hombre hubiese podido desear. Pero su objetivo no era ése. Su
objetivo era realizar su propia perfección como artista, bajo ciertas
condiciones y con ciertas formas del Arte. Al principio gustó a unos
pocos; ahora ha educado a una mayoría. Ha creado en el público gusto y
temperamento. El público aprecia inmensamente su éxito artístico. Me
pregunto a menudo si el público comprende que su éxito se debe
enteramente a que el no aceptó su criterio, sino a que siguió el suyo
propio. De haber seguido el criterio del público, el Lyceum hubiese sido
una barraca de segunda categoría, como son algunos de los teatros de
Londres actualmente. Lo comprendan o no, es un hecho sin embargo que el
gusto y el temperamento fueron creados hasta cierto punto en el público y
que el público es capaz de desarrollar estas cualidades. El problema
reside entonces en saber por qué el público no se educa y refina más. Si
tienen la capacidad de hacerlo, ¿qué los detiene?
Lo que los detiene, debe decirse nuevamente, es su deseo de ejercer
autoridad sobre los artistas y sobre las obras de arte. Hay ciertos
teatros, como el Lyceum y el Haymarket, a donde el público parece
concurrir con la disposición apropiada. En estos dos teatros ha habido
artistas individuales que han logrado crear entre sus audiencias —y cada
teatro en Londres tiene su propia audiencia— el temperamento necesario
para apreciar el arte. ¿Cuál es este temperamento? Es el temperamento de
la receptividad. Eso es todo.
Si un hombre se aproxima a una obra de arte con el deseo de ejercer
autoridad sobre ella y sobre el artista, se aproxima con una disposición
tal que ya no puede recibir ninguna impresión artística de la misma. La
obra de arte debe dominar al espectador y no el espectador a la obra de
arte. El espectador debe ser receptivo. Debe ser el violín con el que
ejecutará el maestro. Cuanto más absolutamente suprima sus necias
opiniones, sus tontos prejuicios y sus absurdas ideas sobre lo que
debiera o no ser el Arte, mejor comprenderá y apreciará la obra de arte
en cuestión. Esto resulta obvio en el caso del público vulgar de hombres
y mujeres, de Inglaterra, que concurren al teatro. Pero es igualmente
cierto cuando se aplica a la llamada gente educada. Pues las ideas que
la gente educada tiene sobre el arte provienen naturalmente de lo que el
Arte ha sido, mientras que la obra de arte nueva es hermosa por ser lo
que el Arte nunca ha sido; y medirla con las pautas del pasado es
medirla con una pauta que debe ser rechazada para poder valorar la real
perfección de la obra. Aquel temperamento que es capaz de recibir, a
través de la imaginación y bajo circunstancias imaginativas, nuevas y
hermosas impresiones, es el único temperamento capaz de apreciar una
obra de arte. Y cierta como es esta afirmación en el caso de una
escultura y una pintura, más cierta aún es en el caso de un arte como el
teatro. Pues un retrato y una escultura no están en lucha con el
Tiempo. No toman en cuenta su devenir. Su unidad puede aprehenderse en
un momento. En el caso de la literatura es diferente. Debe transcurrir
un lapso antes de poder apreciar la unidad del efecto. De esta forma, en
la obra de teatro puede ocurrir algo en el primer acto cuyo real valor
artístico podrá no hacerse evidente al espectador hasta llegar al tercer
o cuarto acto. ¿Debe por ello ese imbécil enojarse, y gritar, y
perturbar la obra y molestar a los artistas? No, la persona sensata debe
permanecer sentada, con tranquilidad, y saborear las deliciosas
emociones de la expectación, la curiosidad, y el suspenso. No debe ir a
ver la obra para perder los estribos. Debe ir a ver la obra para
satisfacer su temperamento artístico. No es árbitro de la obra de arte, y
si la obra de arte es bella, olvidará en su contemplación todo el
egotismo que lo perturba, el egotismo de su ignorancia, o el egotismo de
su información. Creo que este aspecto del teatro no ha sido
suficientemente reconocido. Puedo muy bien creer que si Macbeth
hubiese sido presentada por primera vez ante el público del Londres
actual, mucha de la gente hubiese objetado vigorosamente por la
introducción de las brujas en el primer acto, con sus frases grotescas y
sus palabras ridículas. Pero cuando la obra termina, uno se da cuenta
de que la risa de las brujas en Macbeth es tan terrible como la risa de locura de Lear, más terrible que la risa de Yago en la tragedia del Moro.
Ningún espectador de arte necesita una forma más perfecta de
receptividad que el espectador de una obra de teatro. En el momento en
que busca ejercer su autoridad se convierte en enemigo abierto del Arte y
de sí mismo. Al Arte esto no le afecta; es él quien sufre.
Con la novela sucede lo mismo. La autoridad popular y la aceptación de la autoridad popular son fatales. El Esmond de Thackeray es una hermosa obra de arte porque la escribió para darse placer a sí mismo. En sus otras novelas, en Pendennis, en Philip, aún en Vanity Fair,
hay momentos en que está demasiado consciente del público, y arruina su
trabajo al apelar directamente a la simpatía del público, o por
burlarse directamente de él. El verdadero artista no toma en cuenta al
público. Para él, el público no existe. No lleva tortas rellenas de
narcóticos o de miel para adormecer o alimentar al monstruo. Deja eso
para el novelista popular. Tenemos ahora en Inglaterra un incomparable
novelista, el señor George Meredith. Hay mejores novelistas en Francia,
pero Francia no tiene a nadie con una visión tan amplia, tan variada y
tan imaginativamente cierta. Hay en Rusia narradores con un sentido más
vívido de lo que puede ser el dolor en la ficción. Pero Meredith posee
la filosofía de la ficción. Sus personajes no solamente viven, sino que
viven en el pensamiento. Uno puede verlos desde un sin fin de puntos de
vista. Son sugerentes. Hay alma en ellos y alrededor de ellos. Son
interpretativos y simbólicos. Y quien las creó, a esas maravillosas
figuras de rápidos movimientos, las hizo para su propio placer, y nunca
preguntó al público lo que éste quería, nunca permitió al público que le
dictara lo que debía hacer o influyera sobre él de ninguna manera, sino
que ha continuado intensificando su propia personalidad y produciendo
su propio trabajo individual. Al principio, nadie vino a él. Eso no le
importó. Luego, una minoría se le acercó. Eso no lo cambió. La mayoría
ha venido ahora. El sigue siendo el mismo. Es un novelista incomparable.
Con las artes decorativas no es diferente. El público se aferró con
verdadera y patética tenacidad a lo que yo creo fueron las tradiciones
directas de la Gran Exhibición de Vulgaridad Internacional,
tradiciones tan lamentables que las casas que se habitaban eran
apropiadas para ciegos. Se comenzaron a hacer cosas bellas, salieron
bellos colores de las manos del tintorero, formas hermosas del cerebro
del artista, y se implantó la costumbre por el uso de cosas hermosas, su
valor e importancia. El público se indignó. Perdió los estribos. Se
dijeron cosas necias. A nadie importó. Nadie aceptó la autoridad de la
opinión pública. Y ahora resulta casi imposible entrar en una casa
moderna sin notar algún rasgo de buen gusto, algún reconocimiento del
valor de vivir en un medio encantador, alguna señal de aprecio por la
belleza. Por lo general, actualmente las casas son bastante
encantadoras. La gente ha sido, en gran medida, educada. Y es justo
decir que el extraordinario éxito de la revolución en las decoraciones
de las casas y en su amueblamiento no se debe al desarrollo del buen
gusto en la mayoría del público sino a que los artesanos hallaron placer
en hacer cosas hermosas y surgió en ellos una vívida conciencia de la
fealdad y la vulgaridad de lo que el público antes quería, de modo que
simplemente se negaron a servirles. Sería imposible amueblar hoy una
habitación en la forma que se hacía algunos años atrás, sin tener que
recurrir para ello a un remate de muebles de segunda mano, en un hotel
de tercera categoría. Esas cosas ya no se hacen más. Aunque lo objeten,
la gente tiene actualmente algo lindo a su alrededor. Por fortuna para
ellos, sus propios intentos de imponer su autoridad sobre esas cosas
fracasaron.
V
Es evidente que toda autoridad en esas materias es perniciosa. La
gente a veces se pregunta qué tipo de gobierno es el más conveniente
para un artista. Para esta pregunta existe una sola respuesta. La forma de gobierno más conveniente para un artista es que no haya gobierno.
La autoridad que se ejerce sobre él y sobre su arte es ridícula. Se
dijo que bajo el despotismo los artistas produjeron hermosas obras. Esto
no es así. Los artistas visitaron a los déspotas, no como súbditos
sobre quienes ejercer su tiranía, sino como ambulantes hacedores de
maravillas, como fascinantes personalidades vagabundas, que era preciso
recibir, cuidar y dejar en paz, permitiéndoles así crear. A favor del
déspota se puede decir esto: que él, siendo un individuo, puede poseer
cultura, mientras que la multitud, siendo un monstruo, no tiene ninguna.
El Emperador o el Rey pueden agacharse a levantar un pincel para un
pintor, pero cuando la democracia se agacha, es simplemente para echar
barro. Y sin embargo, hasta ahora la democracia no ha tenido que
agacharse como el emperador. En realidad, para echar barro no precisa
agacharse. Pero no hay necesidad de separar al monarca de la multitud;
toda autoridad es igualmente mala.
Existen tres clases de déspotas. Está el déspota que tiraniza el
cuerpo. Está el déspota que tiraniza el alma. Está el déspota que
tiraniza igualmente el cuerpo y el alma. Al primero se le llama el Príncipe. Al segundo se le llama el Papa. Al tercero se le llama el Pueblo.
El Príncipe puede ser culto. Muchos Príncipes lo han sido. Sin embargo,
el Príncipe entraña peligros. Uno piensa en el Dante en la amarga
fiesta de Verona, en Tasso en la celda de Ferrara. Es mejor que el
artista no viva con Príncipes. El Papa puede ser culto. Muchos Papas lo
han sido; los malos Papas lo han sido. Los malos Papas amaron la Belleza
casi tan apasionadamente, no, con tanta pasión como los buenos Papas
odiaron el Pensamiento. A la maldad del Papado la Humanidad le debe
mucho. La bondad del Papado tiene una terrible deuda con la Humanidad.
Sin embargo, aunque el Vaticano ha mantenido la retórica de sus truenos y
perdido la vara de sus rayos, es mejor para el artista no vivir con
Papas. Fue un Papa el que dijo de Cellini, frente a un cónclave de
Cardenales, que las leyes comunes y la autoridad común no se hicieron
para hombres como él; pero fue un Papa el que arrojó a Cellini a la
prisión y lo tuvo allí hasta que enfermó de rabia, y comenzó a tener
visiones irreales, y vio al dorado sol entrar en su cuarto, se enamoró
tanto de él que buscó escapar, y arrastrándose entre torre y torre al
aire del amanecer le dio vértigo y cayó, lastimándose, y cubierto de
hojas fue llevado por un viñador en su carro hacia alguien que amaba las
cosas hermosas y lo cuidó y curó. Hay peligro en los Papas. En cuanto
al Pueblo, ¿qué se puede decir de él y de su autoridad? Quizás se haya
hablado ya bastante de ambos. Su autoridad es ciega, sorda, odiosa,
grotesca, trágica, divertida, seria y obscena. Es imposible para el
artista vivir con el pueblo. Todos los déspotas sobornan. El Pueblo
soborna y brutaliza. ¿Quién les dijo que ejercieran autoridad? Fueron
hechos para vivir, para escuchar y para amar. Alguien les ha hecho un
gran daño. Se han desfigurado al imitar a sus superiores. Han sacado el
cetro al príncipe. ¿Cómo usarlo? Han sacado la triple tiara al Papa.
¿Cómo llevar esa carga? Es como un payaso con un corazón roto. Es como
un sacerdote cuya alma todavía no ha nacido. Dejad que todos los que
aman la belleza lo compadezcan. Aunque no ame la Belleza, dejad que se
compadezca de sí mismo. ¿Quién le enseñó los ardides de la tiranía?
Hay muchas otras cosas que se podrían señalar. Se podría señalar cómo
el Renacimiento fue grande porque no buscó solucionar el problema
social, y no se ocupó de ese tipo de cosas, pero permitió que el
individuo se desarrollara libre, hermosa y naturalmente, y así logró
grandes artistas individuales, y grandes hombres individuales. Se podría
señalar cómo Luis XIV, creando el estado moderno, destruyó el
individualismo del artista e hizo a las cosas monstruosas en la
monotonía de su repetición y despreciables en su conformidad con la
regla, y destruyó en toda Francia aquellas hermosas libertades de
expresión que habían dado a la tradición nueva belleza y creado nuevas
formas de formas antiguas. Pero el pasado no tiene importancia. El
presente no tiene importancia. Es en el futuro en lo que tenemos que
pensar. Pues el pasado es lo que el hombre no debió haber sido. El
presente es lo que el hombre no debiera ser. El futuro es lo que son los
artistas.
Se dirá que el planteamiento, tal como se presenta aquí, no es
práctico y va contra la naturaleza humana. Es absolutamente cierto. No
es práctico y va contra la naturaleza humana. Es por eso mismo que vale
la pena llevarlo adelante, y por eso es que se propone. ¿Pues cuál sería
un planteamiento práctico? Un planteamiento práctico es un
planteamiento que ya existe, o un planteamiento que podría realizarse en
las condiciones existentes. Pero son precisamente las condiciones
existentes las que se objetan; y cualquier planteamiento que pudiera
aceptar estas condiciones es erróneo y absurdo. Al librarse de estas
condiciones, la naturaleza humana cambiará. Lo único que uno realmente
sabe acerca de la naturaleza humana es que ésta cambia. El cambio es la
única cualidad que podemos afirmar en ella. Los sistemas que fallan son
aquellos que se basan en la inmutabilidad de la naturaleza humana en
lugar de hacerlo en su crecimiento y desarrollo. El error de Luis XIV
fue pensar que la naturaleza humana sería siempre la misma. El resultado
de este error fue la Revolución Francesa. Fue un resultado admirable.
Todos los resultados de los errores de los gobiernos son muy admirables.
Debe entenderse que el Individualismo no llega al hombre con ninguna
cantinela enfermante acerca del deber, que simplemente significa hacer
lo que otra gente quiere; porque necesitan que uno lo haga, o junto a
cualquier odioso sermón acerca del sacrificio personal, que constituye
nada más que un resto de lo que antes era la mutilación de los salvajes.
En realidad, llega al hombre sin ningún reclamo. Surge natural y
espontáneamente de él mismo. Es aquello a lo que tiende el desarrollo.
Es la diferenciación a la que llegan todos los organismos. Es la
perfección propia de cada modo de vida, y hacia la cual se aprestan. Y
así el Individualismo no ejerce compulsión sobre el hombre. Por el
contrario, dice al hombre que no debe permitir que se ejerza ninguna
compulsión sobre él. No trata de forzar a la gente para que sea buena.
Sabe que la gente es buena cuando se la deja sola. El Individualismo
surgirá sólo del Hombre. El hombre está ahora desarrollando así el
Individualismo. Preguntar si el Individualismo es práctico es como
preguntar si la Evolución es práctica. La Evolución es la ley de la
vida, y no hay evolución sino hacia el Individualismo. Cuando esta
tendencia no se expresa, es que se está frente a un caso de desarrollo
detenido artificialmente, o de enfermedad, o de muerte.
El Individualismo no será tampoco egoísta ni afectado. Se ha señalado
que uno de los resultados de la extraordinaria tiranía de la autoridad
es que las palabras sean absolutamente distorsionadas con respecto a su
verdadero y simple significado y que se empleen para indicar lo
contrario de su verdadera significación. Lo que es cierto con respecto a
la Vida. Se llama extravagante a un hombre si se viste como le gusta.
Pero al hacerlo está actuando de manera perfectamente natural. La
extravagancia en tales casos consiste en vestirse igual que el vecino,
cuyas opiniones, como las de la mayoría, serán seguramente bastante
estúpidas. O si no, se llama egoísta a un hombre si vive en la forma que
él cree más conveniente para la completa realización de su
personalidad, cuando en realidad el principal objetivo de su vida es su
propio desarrollo. Pero ésta es la forma en que cada uno debiera vivir.
El egoísmo no consiste en vivir como uno desea, sino en pedir a los
demás que vivan como uno desea vivir. La falta de egoísmo es la no
interferencia en la vida de los demás. El egoísmo siempre tiende a crear
alrededor suyo una absoluta uniformidad de tipos. La ausencia de
egoísmo reconoce a la variedad infinita de tipos como algo encantador,
la acepta, la aprueba y la disfruta. No es egoísta pensar por uno mismo.
El hombre que no piensa por sí mismo, no piensa. Es burdamente egoísta
exigir que el vecino piense de la misma forma y tenga las mismas
opiniones que uno. ¿Por qué iba a hacerlo? Si puede pensar por sí mismo,
probablemente pensará de forma diferente. Si no puede pensar, es
monstruoso pedirle algún tipo de pensamiento. Una rosa roja no es
egoísta por querer ser una rosa roja, sería horriblemente egoísta si
quisiera que las demás flores del jardín fueran rojas y rosas. Bajo el
Individualismo la gente será completamente natural y carecerá en
absoluto de egoísmo, y conocerá el sentido de las palabras y lo
expresará a lo largo de sus vidas hermosas y libres. Ni tampoco serán
ególatras los hombres, como lo son ahora. Pues el ególatra es aquel que
tiene exigencias sobre los demás, y el Individualista no deseará eso. No
le brindará placer. Cuando el hombre haya comprendido el Individualismo
comprenderá también lo que es la simpatía y la ejercerá libre y
espontáneamente. Hasta el presente el hombre apenas ha podido cultivar
la simpatía. Ha sentido simpatía solamente por el dolor, y la simpatía
por el dolor no es la forma más elevada de simpatía. Toda simpatía es
bella, pero la simpatía por el sufrimiento es la menos bella. Está
matizada de egolatría. Puede llegar a ser morbosa. Existe en ella un
cierto elemento de terror por nuestra propia seguridad. Es el miedo de
ser nosotros mismos el leproso o el ciego, y que a nadie le importe. Así
el concepto resulta curiosamente limitativo. Uno debiera simpatizar con
la vida en su totalidad, no solamente con los dolores y las
enfermedades sino con las alegrías y la belleza, y la energía y la
salud, y la libertad de la vida. La simpatía considerada con amplitud es
por supuesto la más difícil. Requiere más generosidad. Cualquiera puede
simpatizar con los sufrimientos de un amigo, pero se requiere una
naturaleza muy bella —se requiere en realidad la naturaleza de un
verdadero individualista— para simpatizar con el éxito de un amigo.
En la tensión moderna por la competencia y la lucha por hacerse un
lugar, naturalmente tal simpatía es poco frecuente y se ve también muy
sofocada por el ideal inmoral de uniformidad de tipo y conformidad a la
regla que tanto prevalece en todas partes, siendo quizás en Inglaterra
donde llega a ser más odioso.
Siempre habrá por supuesto simpatía hacia el dolor. Es uno de los
primeros instintos del hombre. Los animales que son individuales, es
decir aquellos más evolucionados, la comparten con nosotros. Pero debe
recordarse que si bien la simpatía por la alegría intensifica la suma de
alegría en el mundo, la simpatía por el dolor no disminuye realmente la
cantidad de dolor. Puede capacitar al hombre para soportar el mal, pero
el mal persiste. La simpatía por la tuberculosis no cura la
tuberculosis, eso lo hace la ciencia. Y cuando el Socialismo haya
resuelto el problema de la pobreza, y la ciencia haya resuelto el
problema de la enfermedad, el campo de los sentimentalistas habrá
disminuido y la simpatía del hombre será amplia, sana y espontánea. El
hombre encontrará felicidad en la contemplación de la felicidad de los
demás.
Pues es a través de la felicidad que se desarrollará el
Individualismo del futuro. Cristo no intentó reconstruir la sociedad, y
en consecuencia el Individualismo que predicó al hombre podía realizarse
únicamente a través del dolor en soledad. Los Ideales que debemos a
Cristo son los ideales del hombre que abandona totalmente la sociedad, o
del hombre que se resiste absolutamente frente a la sociedad. Pero el
hombre es naturalmente social. Aun la Tebaida terminó por poblarse, y
aunque el cenobita realice su personalidad, es con frecuencia una
personalidad pobre la que logra realizar. Por otro lado, la terrible
verdad de que el hombre puede realizarse a través del dolor, ejerce una
maravillosa fascinación sobre el mundo. Oradores y pensadores
superficiales, desde púlpitos y tribunas, hablan con frecuencia de la
veneración que el mundo tributa al placer, y lo fustigan. Pero en la
historia del mundo muy pocas veces se encuentra que su ideal haya sido
la felicidad y la belleza. Con mucha más frecuencia dominó al mundo la
veneración por el dolor. El medioevo, con sus santos y mártires, su amor
por la autotortura, su salvaje pasión por lastimarse, herirse con
cuchillos, flagelarse con varas, representa el verdadero cristianismo, y
el Cristo medieval es el Cristo real. Cuando asomó el Renacimiento en
el mundo y trajo consigo los nuevos ideales de la belleza de la vida y
el gozo del vivir, los hombres no pudieron entender a Cristo. Hasta el
arte muestra esto. Los pintores del Renacimiento dibujaron a Cristo como
a un niñito jugando con otro niño en un palacio o en un jardín, o
recostado en los brazos de su madre, sonriéndole a ella, o a una flor, o
a un pájaro brillante; o como una figura maravillosa, surgiendo en una
suerte de éxtasis de la muerte a la vida. Aun cuando lo dibujaran
crucificado, lo dibujaron como a un hermoso Dios a quienes los perversos
habían sometido a sufrimientos. Pero él no los preocupaba mucho. Lo que
les deleitaba era pintar a los hombres y mujeres a quienes ellos
admiraban, y mostrar el encanto de esta encantadora tierra. Pintaron
muchos cuadros religiosos, en realidad pintaron demasiados, y la
monotonía del tipo y el motivo es cansadora y fue perjudicial para el
arte. Fue el resultado de la autoridad del público en cuestiones
artísticas y debe deplorarse. Pero el alma del artista no estaba en el
tema. Rafael fue un gran artista cuando pintó su retrato del Papa. Cuando pintó sus Madonas con los Niños Jesús,
no fue de ninguna manera un gran artista. Cristo no tenía mensaje para
el Renacimiento, que fue maravilloso porque trajo un ideal diferente al
de Cristo, y para hallar la representación del verdadero Cristo debemos
dirigimos al arte medieval. Allí se lo muestra mutilado y lacerado, un
hombre desagradable a la vista, pues la Belleza es goce; un hombre sin
ropas decentes, pues eso también puede traer goce; es un mendigo que
tiene un alma maravillosa; es un leproso con un alma divina; no necesita
ni propiedad ni salud; es un Dios realizando su perfección a través del
dolor.
La evolución del hombre es lenta. La injusticia de los hombres es
grande. Fue necesario hacer del dolor un medio de autorrealización. Aún
ahora, en algunos lugares del mundo, el mensaje de Cristo se hace
necesario. Nadie que viva en la Rusia moderna podría realizar su
perfección sino a través del dolor. Unos pocos artistas rusos se han
realizado en el Arte, en una ficción que tiene carácter medioeval,
porque su nota dominante es la realización de los hombres a través del
sufrimiento. Pero ante aquellos que no son artistas, para quienes no
existe otra forma de vida que lo concreto de los hechos, el dolor es la
única puerta para llegar a la perfección. Un ruso que viva feliz bajo el
actual sistema de gobierno en Rusia debe creer que el hombre no tiene
alma, o si la tiene, no vale la pena desarrollarla. El nihilista que
rechaza toda autoridad porque sabe que toda autoridad es perniciosa y
recibe con alegría el dolor, porque a través de él realiza su
personalidad, es un verdadero Cristiano. Para él el ideal cristiano es
algo auténtico.
Y sin embargo, Cristo no se rebeló contra la autoridad. Aceptó la
autoridad imperial del Imperio Romano y le rindió tributo. Soportó la
autoridad eclesiástica de la Iglesia judía y no opuso violencia a la
violencia. Como dije antes, no tenía ningún plan para la reconstrucción
de la sociedad. Pero el mundo moderno sí tiene planes. Se propone
terminar con la pobreza y con los sufrimientos que ésta ocasiona. Desea
librarse del dolor, y del sufrimiento que el dolor ocasiona. Confía en
el Socialismo y en la Ciencia como sus métodos. Lo que se propone
es llegar a un Individualismo que se exprese a través de la alegría.
Este Individualismo será más amplio, más completo, más encantador que
cualquier otro Individualismo que se haya dado hasta ahora. El dolor no
es la forma suprema de perfección. Es simplemente una protesta
provisional. Se relaciona con medios dañinos, insanos, injustos. Cuando
el mal, y la enfermedad, y la injusticia hayan desaparecido, no tendrá
razón de ser. Fue un gran trabajo, pero está casi terminado. Su esfera
disminuye cada día.
Ni tampoco el hombre la ha de extrañar. Pues lo que el hombre ha
buscado no es en realidad ni el dolor ni el placer, sino simplemente la
Vida. El hombre ha buscado vivir en forma intensa, completa, perfecta.
Cuando pueda hacerlo sin limitar a los demás, y sus actividades le
brinden placer, tampoco sufrirá, será más cuerdo, más sano, más
civilizado, más él mismo. El Placer es la prueba de la naturaleza, su
señal de aprobación. Cuando un hombre es feliz, está en armonía con él
mismo y con su medio. El nuevo Individualismo, a cuyo servicio el Socialismo
está trabajando, quiéralo o no, será una perfecta armonía. Será lo que
los griegos buscaron, pero no pudieron realizar completamente, sino en
la esfera del Pensamiento, porque tenían esclavos y los alimentaban;
será lo que el Renacimiento buscó, pero no pudo realizar completamente
sino en la esfera del Arte, porque tenían esclavos y los dejaban morir
de hambre. Será completo, y a través suyo cada hombre logrará su
perfección. El nuevo Individualismo es el nuevo Helenismo.
[1] Barrio proletario de Londres.
[2] Aquí Oscar Wilde efectúa un juego de palabras intraducible en su doble sentido, ya que el vocablo inglés drama abarca tanto el concepto de cada obra teatral en particular como todo el género dramático en general.
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